“Es el final”, pensó. “Aquí se acaba todo”.
Los segundos se hacían interminables. Laia ni siquiera era capaz de predecir cuántos habían transcurrido desde que esa monstruosa polla negra se había abierto paso entre sus labios rumbo a su garganta hasta casi asomarse a su estómago.
“Desde luego no se me ocurre forma más placentera de morir”, se consoló. Laia estaba preparándose ya para su destino cuando sintió que un resquicio de aire invadía sus pulmones, al tiempo que esa polla liberaba poco a poco espacio en su garganta.
Totalmente atada y con los ojos vendados, se quedó desorientada. Había vuelto a correrse hacía poco, pero no sabía exactamente cuándo; y permanecía con la boca abierta esperando una nueva embestida.
“Prueba superada”, escuchó antes de oír cerrarse una puerta. Sola, en medio de ninguna parte y cachonda como nunca, repasó lo sucedido en las horas anteriores. Todo había transcurrido muy rápido desde que se despidió de Carol…
Nada más salir de la discoteca fue llevada a un coche. Sus cuatro acompañantes andaban rápido y a ella le costaba seguir su ritmo con los tacones, pero no tenía opción. El coche era caro, de eso estaba segura. Un amplio monovolumen con los cristales tintados al que fue empujada nada más llegar. Se sentó en el asiento trasero mientras los hombres hablaban fuera. Intentó arreglarse el pelo sin éxito. Todavía podía sentir varios chorros de semen en su cara y, golosa, comenzó a recogerlos con los dedos para llevárselos a su boca, mientras escuchaba fragmentos de la conversación.