AUTORA: Sasha |
Desperté al intentar cambiar de posición y descubrir que no podía. Enseguida recordé, gracias a mi boca amordazada y al olor a semen que desprendía, dónde estaba y qué había pasado, y en consecuencia, cuál era mi deber.
Miré a mi Ama y comprobé que seguía dormida, me giré como pude, con las manos atadas a la espalda, y puse los pies en el suelo, lo que ayudó a que me pudiera incorporar. Nada más sentarme noté una punzada en el ano y un ligero ardor, pero lejos de arrepentirme de lo que hice, me hizo recordar lo que había pasado, excitándome de nuevo. Me levanté dispuesta a soltar mis ataduras para poder acariciar mi pene, que empezaba a despertar, atraído por las sensaciones de mi ano y los olores que emanaban de mi boca, y me dirigí a la cocina, consciente de que allí estaba la llave que liberaría mis manos, y por ende mi boca, que continuaba aprisionando mi tanga empapado.
Cuál fue la sorpresa cuando llegué a la cocina y vi lo que mi Ama había preparado para mí. Colgando del armario estaba la llave, pero a una altura desde la que solo se podía llegar agachando el cuerpo de espaldas al mueble. El problema es que a la altura de la llave, en el borde del mueble inferior, había un enorme consolador que impedía que pudiera llegar a alcanzarla. Lo intenté varias veces, desde varias posiciones, pero me faltaban apenas un par de centímetros para lograr atraparla. Intenté desplazar el consolador, pero estaba enganchado a conciencia.
No me quedaba más remedio que penetrarme si quería ser libre. El consolador era enorme, mucho más que la polla de mi Ama, y con un grosor de unos 6 cms. Era una brutalidad, pero como no tenía otra opción me puse de espaldas, arqueé mi cuerpo y empecé a empujar mi culo contra aquel monstruo. El dolor era bastante intenso, tenía el culo recién estrenado y adolorido, y el tamaño de esa tranca, junto con el hecho de que no estaba lubricada me hacía gritar de dolor y me impedía seguir. No había conseguido ni meterme el glande cuando decidí que había que lubricarlo de alguna manera, me agaché para lamerlo, pero caí en la cuenta de que tenía la boca amordazada. Me refregué la polla por la cara intentando hacer bajar la mordaza, pero lo único que conseguí fue humedecer un poco el glande. Me sentía estúpida allí, de rodillas con las manos atadas a la espalda, en la cocina, refregando mi cara contra una enorme polla de goma e intentando chuparla con la boca amordazada.