AUTORA: MARTITA CLOSET |
Mi nombre es
Martita, tengo 24 años, y soy una travesti de closet muy putita. Me encanta
vestirme de nena y hacer cibersexo por Cam. Como algunos ya sabréis, hasta mi
último relato apenas había salido a la calle vestida de mujer, y mi culito aún
seguía hambriento de carne, puesto que, a pesar de haber tragado multitud de
juguetes, nunca se había comido una pollita de verdad. De ahora en adelante
intentaré contaros todas las experiencias que he vivido en estos últimos meses,
que han sido bastantes.
Para los que no me
conozcan, debo deciros que una de las razones por las que era tan reacia a
salir vestida a la calle era que no me considero una travesti de closet
especialmente femenina, pero desde que empecé a vestirme y mostrarme por Cam ya
me di cuenta de que mi culo atrae a muchos hombres. No es un culito pequeño y
arregladito como suele gustarle a la media, pero parece ser que hay bastantes
machos que se mueren por unas caderas más anchas de lo normal y un culo redondo
y relleno de carne que poder amasar bien.
Aquello que vengo a
relataros en este primer relato de la “vuelta a la escritura” es, como ya dice
el título, una mamada en los servicios de una discoteca. La verdad es que antes
de esta experiencia, las únicas dos pollas reales que había probado habían sido
la de una transexual a la que contraté y la de un conocido, a quien se la chupé
en una fiesta de disfraces en la que ambos íbamos muy pedos (ambas experiencias
ya han sido contadas en anteriores relatos).
Esta historia
comienza bastante tiempo antes de esa noche en la discoteca. Como ya os he
comentado, una de las cosas que más viciosa me pone es hacer sexo por la webcam. Desde que lo probé la
primera vez, es algo que me vuelve loca perdida y saca la perra que hay dentro
de mí, ya que eso siempre ha compensado mi desconfianza o vergüenza por tener
sexo real. En el Cam me siento toda una mujer en celo que disfruta de su
cuerpo, y me encanta probar nuevas vistas o posturas diferentes donde excitarme
de otro modo o sorprenderme a mí misma, ya que me gusta mucho ir variando de
“acompañantes”, luego para ellos siempre es nuevo.
Pero hace unos
meses, unos cinco o seis, conocí a alguien en una página de video chat que se
interesó por la imagen del tremendo culito que veía en la pantalla. Yo ese día
me puse una faldita volada muy corta, y cuando digo corta quiero decir que
prácticamente se me veía todo, ya que me coloqué de la forma que más me excita
verme, con la webcam enfocándome desde atrás y mostrando mi culo en todo su
esplendor. Debajo de la falda llevaba un tanga rojo y negro muy mono que me
encanta ponerme porque es muy cómodo, me gusta llevarlo cuando voy a estar
tiempo con la Cam puesta.
El chico tenía 32
años y la Cam enfocada hacia su paquete, que celosamente guardaba bajo unos
pantalones de pijama. No tenía un cuerpo excesivamente marcado ni delgado, pero
era bastante alto y ancho. No estaba gordo, pero se podía ver que era una pieza
de tío. Yo nunca he tenido un prototipo de cuerpo de hombre, siempre me he
enamorado más de las pollas que de los cuerpos, la verdad, y de eso estaba bien
servido. Hablamos y nos caímos muy bien, así que nos fuimos al MSN y empezamos
a jugar. Pude comprobar que no me había equivocado al intentar adivinar el
tamaño de su miembro, ya que cuando me quité el tanga y me quedé sólo con la
faldita y todo mi agujero bien destapadito, el chico se bajó los pantalones y
pude descubrir una polla preciosa. No era muy larga, pero sí bastante gruesa, y
sin circuncisión, algo que me fascina de las pollas, me vuelve loca ver como el
capullo está escondidito.
Hicimos un poco el
salvaje cada uno en su lado del ordenador, y pasó algo que no suele pasarme, no
desconectó al correrse. Normalmente, mucha gente cierra la Cam cuando se ha
corrido, aunque sigan hablando después, pero él no. Nos limpiamos los dos y nos
sentamos a charlar de nuevo. Aquello me demostró que mi cuerpo le gustaba y que
estaba a gusto conmigo. Me dijo que se llamaba Manu y que trabajaba de
electricista, y yo también le conté un poco mi situación y mi vida como Marta,
pero en ningún momento nos enseñamos las caras, eso era algo que los dos
teníamos claro y marcado en nuestro principios. En ese aspecto, Manu era igual
que yo, porque a mí me parece que mostrar la cara en estas situaciones es
romper un poco la magia. Todos saben que no soy una mujer de verdad, que soy
travesti sólo de closet y, lógicamente, no voy a tener la carita de una niña de
15 años. Del mismo modo, a mí tampoco me gusta asociar una cara a una polla,
por así decirlo, porque eso no me hace falta para mi fantasía.
Durante el mes
siguiente, me topé con Manu en el Messenger unas tres veces, y las tres que
hicimos cibersexo de nuevo. Tuvimos la suerte de encontrarnos en momentos en
los que los dos teníamos disponibilidad para ello, con nadie en casa
molestando, y así gozamos un par de veces más. A Manu le encantó uno de mis
tangas que tenía una mariposa pequeñita en la parte de atrás, lógicamente no
era un tanga de hilo, sino de los otros. El caso es que la mariposa tenía parte
de un ala rota (se me enganchó en un desliz desafortunado) y dejaba un pequeño
agujerito en la tela. A Manu le gustó cuando me lo puse porque decía que al
agacharme y poner el culo en pompa, el agujero se estiraba e incluso parecía
que se iba a rasgar más la tela. Me decía que un culo grande tiene que poder
romper unas braguitas.
La cuestión es que
ese es uno de los tangas que tengo que más cómodos me encajan, ya que es algo
viejo y la tela está hecha a mi culo. Además, es uno de los más elásticos, y me
vienen muy bien cuando quiero ponerme unas braguitas o un tanga y que no me
moleste demasiado (aunque una de las razones por las que los llevo es por la
forma de meterse en mi culito todo el tiempo). Como habréis adivinado, suelo
llevar lencería femenina por debajo de la ropa, es algo que hago desde hace
bastante años, incluso antes de empezar a ser travesti de closet, y nunca he
tenido ningún problema más allá de alguna manchita de líquido preseminal en los
pantalones, fruto de alguna excitación momentánea. Todo hay que decirlo,
siempre voy con cuidado de ponérmela cuando la ocasión es propicia, nunca me
pongo la lencería si voy a llevar unos pantalones caídos o veo que se me va a
ver algo; suelo llevarla tanto por debajo de la ropa interior masculina como
sin ella directamente, como toda una mujercita.
Mi experiencia en la
discoteca ocurrió más o menos a los dos meses de conocer cibernéticamente a
Manu. Yo iba a salir de fiesta con unos amigos a una discoteca grande de aquí,
ya que celebrábamos el cumpleaños de uno de ellos, así que me decidí a ponerme
algo de lencería bajo los pantalones, como acostumbraba a hacer cuando salía en
ese plan. Creo recordar que era septiembre, pero había hecho bastante calor
durante todo el día, así que no me lo pensé mucho y me coloqué el tanguita de
la mariposa con el ala rota, ya que sabía que ese no me iba a dar problemas de
comodidad, me puse unos vaqueros encima y una camiseta no demasiado ceñida,
pero que no me venía muy larga que digamos. Tal vez mi fallo, si se puede
llamar así, ese día fue no ponerme los bóxers encima del tanga, pero quería ir
cómoda y no pensé que fuera a ocurrir nada.
La historia es que
llegamos a la discoteca (deberían ser sobre las 2 de la madrugada) y yo ya
venía un poco contento de la cena, puesto que me pasé un poco con el vino y
allí incluso hicimos un par de cubatas después del café. Me desmarqué un
momento del grupo para ir a mear, y cuando llegué no había tanta cola como
pensaba. La cuestión es que por muy pedo que vaya, cuando voy a los baños de
una discoteca o un pub, tengo que ir al retrete, a donde hay taza, porque si
intento mear en los urinarios específicos para mear, esos en los que tienes el
aparato delante de la polla, no me sale nada por mucha fuerza que haga.
Me esperé en la
puerta del reservado unos cinco minutos, hasta que salió el tipo al que había
visto entrar justo delante mía y al que maldije interiormente porque me iba a
hacer esperar sólo por no haber entrado un segundo antes que él en los
servicios. Como no tuve que llamar porque ya sabía que estaba ocupado, no me
percaté que el reservado no tenía pestillo para cerrar por dentro, es decir,
que si no querías que nadie entrara y te pillara cagando tenías que estar
aguantando tu mismo la puerta. No me hizo falta, porque estaba de espaldas,
sólo quería mear. Me abrí los botones del pantalón (mear cuando no hay una
cremallera tradicional es una mierda, tienes que despasar prácticamente todos
los botones), y me aparté el tanga a un lado, ni me lo bajé. Estuve como un
minuto y medio con el chorro, qué ganas tenía. Saqué el móvil para mirar la
hora mientras me sacudía el pene para las últimas gotas, y al Sacar el móvil me
cayó al suelo un billete que tenía en el pantalón. Me metí la polla dentro del
tanga y me agaché a por él, justo cuando abrieron la puerta (la cual, como he
dicho, no sujetaba) y oí un “perdón…”, mientras volvían a cerrar la puerta.
Pero al segundo la puerta se volvió a entreabrir de nuevo y escuché una tímida
pregunta “¿Marta?”. Se me cayó el mundo encima. La persona que había abierto se
había encontrado con unos pantalones desabrochados y un culo agachado, del que
se podía ver la parte de arriba de un pequeño tanga con una mariposa medio rota
en el centro.
Automáticamente
dije: “¿Cómo? Lo siento, pero…”, y desde el otro lado de la entreabierta puerta
escuché: “Soy Manu, el de Internet”, y en ese instante me invadió una sensación
de miedo y excitación tan contraria que no supe cómo reaccionar, ¡el muy cabrón
me había reconocido! Él abrió la puerta del todo, me miró unos instantes y
entró, cerrando la puerta tras él. A mí, con el medio pedo que llevaba, poco me
importaba que alguien que estuviera en los servicios me hubiera podido ver
entrar y más tarde compartir reservado con otro hombre.
Nos miramos sin
decirnos casi nada, hasta que uno de los dos rompió el hielo y discutimos sobre
la casualidad de encontrarnos. Me dijo que al verme agachada con la mariposa
sin medio ala coronando mi tanga, tuvo claro que ese culo ya lo había visto
antes. Nunca nos habíamos dicho dónde vivíamos, y resulta que él era de un
pueblo de cerca de la ciudad donde yo vivía. La cuestión es que mi miedo se fue
borrando y ganó mucho más la borrachera y la excitación que llevaba encima,
sobre todo al darme cuenta que a pocos centímetros de mí estaba la polla que yo
había imaginado en mi culo varias veces en el último mes, y sobre todo la polla
que había visto correrse sobre la mesa como si fuera sobre mi lengua.
A los dos minutos de
estar hablando sobre la tontería de habernos encontrado, Manu me preguntó si me
esperaba gente fuera, y le dije que sí, entonces puso una cara de decepcionado,
como si pensara que uno va solo a una discoteca, ya veis. Pero adiviné sus
intenciones y el haberlo conocido con anterioridad y que nos hubiéramos caído
tan bien me animó a decirle que él ya sabía que mi culo nunca se había comido
una polla y que no me parecía aquel el mejor lugar para hacerlo por primera
vez, pero que mi boca estaba harta de tragar. Lo sé, mentí como una perra, pero
él no lo sabía.
No hizo falta
decirle nada más, se bajó los pantalones y vi el bulto en su calzoncillo, se
notaba que la corta conversación le había excitado casi tanto como a mí. Bajé
la tapa del váter y me senté en él, con mi boca a pocos centímetros de su
polla. Era mi tercera polla, no sabía si lo haría bien del todo y además, aquel
aparato no era muy largo, ya os lo he dicho, pero sí muy grueso, y no quería
que me diesen arcadas, parecería una inexperta.
Manu estaba apoyado
prácticamente sobre la puerta, así que nadie podría abrir de repente sin chocar
contra ese cuerpo de armario. Saqué mi lengua y la acerqué a aquella piel
flácida que tapaba el duro capullo, la chupé y escuché el primer gemidito (ya
que nunca gritó demasiado fuerte por miedo a que nos oyeran). Eché la piel
hacia atrás y saqué aquel capullo tan gordito, la verdad es que tenía una polla
muy cabezona, eso sí que era un champiñón en toda regla, se veía bastante más
gorda que a través de la Cam. Empecé a segregar saliva y a mezclarla con la
lengua con su líquido preseminal, mientras Manu me tenía cogido el pelo
suavemente y me lo deshacía con lentitud con cada lametón que le daba.
Cuando sentí que
estaba preparada, me empecé a meter aquel glande en la boca, despacio pero
ganándole cada centímetro con una pequeña succión. Aquello hizo enloquecer a
Manu, que ahora ya me cogía de la nuca y me acercaba la cabeza a su cuerpo,
vaya excitación teníamos los dos. Yo me había tenido que sacar la polla del
tanga, porque me dolía a pesar de ser elástico.
Mi boca ya tenía
dentro los 13 ó 14 centímetros que debía medir aquella polla, y me sorprendí a
mí misma de mi capacidad tragona. Cierto es que me había metido consoladores
enteros algo más grandes que ese pene, pero nunca sabía cómo reaccionaría con
una de verdad, igual me ahogaba el olor… Pero es que el olor de la polla de
Manu era un perfume a macho sudado que aún me hacía tragarme esa polla con más
ganas.
Él ya estaba a punto
de correrse y me dijo que me girara, que me quería desvirgar. Yo me negué
rotundamente porque, a pesar de lo borracho que iba, aún era consciente de lo
sucio que estaba aquello y de que ni teníamos condones, ni lubricante ni nada,
aquello podría traerme demasiados disgustos para ser mi primera vez. Así que le
dije que no, pero que no iba a dejarlo con las ganas. Me quité los pantalones y
me saqué el tanga. Manu estaba muy excitado, pero creo que casi se corre sin
tocarle cuando se lo vio venir. Le envolví la polla con mi tanga, bien
agarradita, y me puse a comérsela como una loca, lo hice a una velocidad
bestial. Con mi boca llegaba a la mitad, y mi mano derecha acababa la paja,
pero iba tan rápida que pensé que si tardaba mucho en correrse no podría seguir
el ritmo y la iba a fastidiar.
Pero no tuve
problemas, ya que en cosa de unos 20 segundos de haber empezado con mi
particular metesaca, note en mi paladar uno de los disparos de Manu. Seguí con
el mismo ritmo, pero al momento él me cogió de la cabeza y me fue parando,
consiguiendo el tempo que más le convenía en el momento. Mi tanga quedó
completamente empapado de su leche y se lo regalé, era el que más le gustaba
cuando me lo veía por la Cam y ahora lo tenía para él completamente mojado de
su propia leche y mi saliva.
Me puse los
pantalones sin nada de ropa interior y me despedí de Manu en la puerta de los
servicios con un apretón de manos, como dos colegas, diciéndonos al oído que
esto había que repetirlo. Me pasé el resto de la noche bebiendo y bailando sin
ropa interior, algo de lo que nadie se percató, por supuesto, aunque sí tuve
que dar unas falsas explicaciones por haber tardado más de media hora en ir a
mear.
El hecho de mantener
contacto real con uno de mis “compañeros” de fantasía de cibersexo era algo
inimaginable para mí por el pudor que aquello me suponía, pero el encuentro con
Manu hizo que me abriera más al contacto real y creciera mi valor por
aventurarme a tener relación con otros hombres. A partir de entonces se
sucedieron los encuentros con el propio Manu y con otros amantes que
próximamente relataré.
Espero que os haya
gustado tanto leerlo como a mi recordarlo. Por supuesto, el plug anal que he
llevado metidito en mi culo mientras escribía, ha ayudado, junto al recuerdo de
esa noche, a correrme a mares justo al terminar el párrafo anterior; no lo he
podido evitar, tenía que tocarme…
Un tierno beso en
vuestras pollitas,
Martita
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