AUTOR: MARTIN BINARY |
La segunda vez
que visité a Kamy, o Kamilita, como también se hace llamar, iba más tranquilo.
Sabía que iba a encontrarme con una chica que pocos años antes había sido
varón, pero que jamás había sentido el deseo de penetrar con su diminuta minga.
Al parecer, en ocasiones se le empina si siente invadir su ano por un objeto
duro, de grandes dimensiones, que la bombea con brutalidad (aún no sé si
controlada o salvaje), y puede eyacular algo de semen que cae como la gotera de
un tejado, sin fuerza.
Aquella
segunda vez, al subir a pie, me crucé con dos vecinas jóvenes que me miraron
con malicia y a las que devolví una expresión lasciva: de haberse insinuado las
habría penetrado a ambas en el descansillo de la escalera,a la morena de pelo
rizado la habría ensartado mientras le comía la vulva vellosa a la del pelo
teñido de rojo, a la que habría terminado en segundos mientras me excitaba con
la visión de mi semen chorreando entre los muslos de la rizosa. Pero desviaron
la mirada en silencio y yollegué aún más deprisa a la puerta entreabierta del
apartamento de Kamy. Es un habitáculo pequeño y sabía dónde esperaba.Estaba
echada boca abajo en el colchón que tiene en el suelo, bajo una ventana
traslúcida que da a un patio. Al lado, el frasco de crema dilatadora, ya
abierto. Nos saludamos sin que ella cambiara de posición y yo me desvestí con
ansiedad: mi pene estaba morado. Kamilita llevaba puesto un tanga negro que
dejaba hacer cualquier cosa con su esfínter. Cubriendo el torso, una camiseta
corta de color rosa.
—Cuánto
tiempo, mi amor.
Apenas me
excusé. Acaricié su espalda con delicadeza, mientras ella alababa mis manos.
Comenzó a sudar y deslicé mis dedos hacia la parte lumbar de su cuerpo, sin
apenas tocarla, a derecha y a izquierda. Con la mano derecha volqué el frasco
de crema y me unté la mano izquierda. Luego mojé sus enormes nalgas y ella
empezó a menearse con movimientos de hembra, como si pudiera ser penetrada en
una vagina que no tiene. Aparté la cinta del tanga e introduje un dedo seboso
en su esfínter, recorrí con él la parte interna de su ano, las circunvoluciones
de sus músculos, las pequeñas fístulasy los incipientes granitos. Entonces la
niña protestó: ¿sólo un dedo, papi? Mete otro por lo menos. La obedecí y le
introduje una cuña de tres dedos, mientras acercaba mi glande a sus labios,
porque ya me estaba excitando de más. Kamy llevaba la boca pintada de rojo
fuego y la lengua que apareció dentro era de color rosa caperucita. Recorrió la
columna vertebral de mi polla desde el coxis a la cabeza y allí apretó, a la
vez que la envolvía con sus labios gruesos de silicona de calidad. Tuve que
reprimir el deseo.
En su ano ya
habitaba mi mano completa, arrugada, cuidando de no rozar sus paredes internas
con las uñas que antes había cortado y limado. Y moví esa mano como si fuera la
potente verga de un bosquimano. Adentro y afuera, adentro y de lado a lado,
mientras la puta gemía: ay, papi, me haces casi tanto daño como mi negro.
Entonces se la saqué para que sufriera. Me llamó malo y aflojó la presión sobre
mi glande. Llevó tanta saliva a mi pene que me hizo perder algo de erección.
Entonces se lo retiré y me senté en el sofá, iniciando una conversación
intranscendente.
Se puso a mi
lado, envolviendo mis huevos con su mano izquierda, sudorosa y caliente,
mientras se secaba el rostro con pañuelos de celulosa. Le quité el tanga y le
dije que me parecía que le había crecido el disminuido pene que había hecho de
ella una mujer desde la adolescencia. Se echó a reír y me aseguró que se le
empinaba cuando la follaba alguno de los inmigrantes senegaleses a los que
cobraba quince euros por una hora. Yo no podía aspirar a su excitación.
Hablamos como amigos hasta que volví a excitarme. Entonces se puso de lado,
como una perra, y me mamó mientras yo acariciaba con la mano cremosa su
minúsculo nabo, retirando la piel para ver el flojo prepucio. A ratos, yo sopesaba
sus testículos, negros y enormes. Cuando sentí la proximidad de la eyaculación,
le pedí que se sentara en la barra de hierro que ella había creado entre mis
piernas, y que me montara de espaldas, dejándome ver sus partes fláccidas y
negras mientras su esfínter subía y bajaba y mi polla se oscurecía más y más.
Acabé pronto.
Cuando extrajo el condón, el semen no dejaba ver el pene que lo había producido.
Introdujo la lengua en el interior y lo lamió. Después, lo tiró a una papelera,
se limpió la boca con la palma de la mano y me dijo si quería hacerlo otra vez.
Pero no. Volvimos a charlar, la toqué cuanto quise y me despedí sabiendo que
volvería.
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